Uno de los adjetivos que mejor definen al ser humano es “social”. Dentro del reino animal somos unas de las especies con la vida relacional más rica y compleja. Necesitamos imperativamente el contacto con los demás, sobre todo de aquellas relaciones significativas y perdurables en el tiempo, pero también aquellas de orden más superficial, que nos hagan sentir aceptados en nuestro “grupo de pertenencia”. De hecho, los problemas relacionales son una de las áreas de la dimensión humana que más nos hace sufrir.
Nuestra sociabilidad como especie viene determinada por razones de supervivencia. De hecho, una de las mayores ventajas competitivas frente a otros animales es nuestra extraordinaria capacitada de establecer relaciones y vivir en comunidad. Hecho éste que en tiempos de nuestros ancestros nos ha permitido protegernos de los predadores y peligros, organizándonos en grupos que garantizaban nuestra supervivencia. En resumidas cuentas, la naturaleza nos ha programado para estar conectados.
Es por ello por lo que la pertenencia a un grupo identitario resulta tan determinante para el ser humano. Es una cuestión propiciada por la evolución, que conecta directamente con nuestra supervivencia. En un tiempo pasado, el grupo lo era todo, y ser expulsado de éste era sinónimo de una muerte espantosa. Esta es la razón por la que el reconocimiento de parte de los demás tiene un peso determinante en nuestras vidas, y por la que el rechazo nos hace tantísimo daño. Ya sea la palmada en la espada de aprobación de nuestro jefe, la sonrisa de nuestra madre al vernos o poder compartir un problema con nuestra pareja son todos actos que nos hacen sentir enormemente bien. Esto se debe, fundamentalmente, al hecho de sentirnos aceptados por el otro (a no ser que detestes a tu jefe, odies a tu madre y no soportes a tu pareja, claro). Una sensación cuyo mecanismo básico responde a sentirnos confirmados en aquello que somos y, por lo tanto, de ser de valor para el grupo.
En ocasiones, la complejidad del mundo social nos pone a dura prueba, sometiéndonos a la crítica y la desaprobación, y poniendo nuestra identidad dentro del grupo en crisis. Situación que si perdura en el tiempo puede generar muchísimo sufrimiento.
Cómo entendemos nuestras relaciones y en qué modo atribuimos significado a los eventos que nos acontecen dentro de estas son, en tantas ocasiones, la base sobre la cual se construye nuestros problemas relacionales. Tener la oportunidad de reflexionar sobre aquellas relaciones conflictiva que nos cuesta gestionar, sobre el modo en que actuamos en ellas, y sobre nuestro sentido de identidad y valor en el mundo social, puede resultar un ejercicio liberalizador que aporta bienestar a nuestras vidas.
En cierto modo, el problema reside en la manera en que nos contamos aquello que nos sucede, no en lo que nos ocurre realmente. Y esto incluye nuestra compleja vida relacional.
6 Comments
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